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Los maestros, el cura, Don Juan Cortés, le teníamos un gran respeto. Era un hombre muy delicado de salud. Tenía un aparato en la espalda que le producía una chepa muy grande y nos daba la impresión un poco de ser un hombre no de este mundo. Se sentaba en la puerta de la iglesia y se ponía a leer el breviario y le molestaban mucho los niños.